El destape en Suecia en los 60s ponía de manifiesto una nueva libertad para las mujeres, un nuevo enfoque de la sensualidad que trajo la educación sexual, que por contrapartida arrastraría tras de sí el juicio de los valores tradicionales en un país demasiado avanzado respecto al resto de Europa.
En 1972 Ingmar Bergman fuerza la crítica social hacia la falsa libertad de las mujeres devolviéndonos a unos tiempos mucho más duros. Gritos y Susurros nos trae de regreso a una mansión sueca del s.XIX donde dos hermanas se reúnen para acompañar a la tercera en sus últimos días de enfermedad. El ritmo novelístico y pausado, acompasado por el tic tac disonante de los numerosos relojes de la casa, acompañan la agonía de Agnes.
La película es el lánguido retrato del tedio. Un tedio que paradójicamente no es resultado de esperar a la muerte sino de la condición burgesa: ellos no están esperando la muerte menos que la enferma. El tánatos resuena en las paredes y cala en los personajes que emprenden acciones desesperadas. Salas enormes, silencios, un piano desatendido y solo dos recursos sonoros: gritos, y susurros.

El sufrimiento tiñe los decorados, que se bastan de una paleta muy reducida: el blanco que marca la imagen inmaculada de la clase alta, el negro de la constricción y la corrupción de la imagen pública, y por encima de todo y alrededor de todo el rojo. Un rojo omnipresente, marcador de estatus, tan opulento como violento y que se infiltra en cada fundido para recordarnos la maldición que viene de la fortuna, que “estás siendo juzgada” a cada movimiento. Entre fundidos, las caras de las cuidadoras permanecen unos segundos enfrentando la camara, siendo exclusivamente objeto de juicio, criticadas por unos susurros (magnifico efecto de sonido) tan numerosos y tenues que no se pueden interpretar. La mirada a cámara con esta finalidad ya había tenido cabida en Un Verano con Monika.
Es María la más afectada por las habladurías, pues mantiene una aventura extramatrimonial con el doctor del pueblo sin importarle el qué-dirán. Intenta fortalecer la relación con su hermana mayor Karin, infelizmente casada, impasible a los sentimientos y siempre correcta. El duelo de pasión contra contricción remueve los sentimientos de Karin, que se desestabiliza. Un chocante suceso sobrenatural pondrá entonces en evidencia los valores de família, descubriendo en esta una hospitalidad que es toda apariencia, de la que no hay que abusar. No hay amor. El último golpe lo asesta María al traicionar a Karin cuando les toca volver a sus respectivas casas. El relato se cierra de manera agridulce recordando la unión de las tres hermanas, que prometía la felicidad a Agnes en su lecho de muerte.
Z. Armentano.
Es habitual atisbar un innuendo lésbico en las películas de Ingmar Bergman. El Silencio, Gritos y Susurros, Persona: están pobladas por protagonistas femeninas que no actúan como héroes movidos por grandes odiseas, demonios y elixires sino como damiselas confundidas. Todo el poder lunar de la mujer queda disuelto por las convenciones sociales que las observa y las ordena. Sus historias se mueven así como dramas íntimos, aislados y a duras penas escuchados. El compañerismo y la compasión entre mujeres (que deberían caminar juntas en la tragedia) se convierten en sospecha y traición en ciclos inestables.
